Hace
sesenta años, de niños nos decían que en la luna se sentaba elegante señora a vigilar
nuestros pasos cuando por calles lugareñas hacíamos piruetas y pilatunas, que
la luna era de queso y miel, y que nuestro buen comportamiento se premiaba con golosinas
que esa señora enviaba.
Tiempo
después una perrita gringa y un mico ruso ganaron fama como envidiables pasajeros
de esos viajes interplanetarios que pusieron a las superpotencias, y a la
humanidad entera, en interminable competencia por el conocimiento y control del
espacio sideral.
Casi
nada fuera de lo normal; don Julio Verne había predispuesto nuestras mentes
para afrontar los retos anejos a la exploración de lo desconocido.
Un
día de julio, al finalizar los sesentas, en las pantallas vimos que un pesado uniforme de la NASA, con un
estadounidense adentro, hizo maniobras similares a las de toma de posesión territorial por parte de los
antiguos imperios, pero esta vez la bandera se plantó en la luna.
¿Sí
sería en la luna? … el interrogante rondó por años, hasta cuando
murieron los abuelos que calificaban el hecho como triquiñuela estratégica,
marrulla occidental filmada en los estudios cinematográficos de la MGM, para
hacerle creer a las tropas atrincheradas
tras la Cortina de Hierro que las espiábamos desde Selene.
Ese
día feneció el ingenuo universo de nuestra infancia. En adelante la barbarie trepidó
con sus tanques blindados sobre el cuerpo frágil de la juventud china, plomo derretido
por fusiles de asalto llovió sobre pechos
disidentes en todas las naciones donde
se consolidó alguna tiranía, la demencial intransigencia islámica empuntó sus odios
contra las Torres Gemelas; el aborto, el homosexualismo, la drogadicción, y la
decadencia del espíritu hincaron sus lanzas en las flácidas carnes de la
institución familiar; la caridad tomó alas de ardid publicitario y la rapacidad de
los déspotas se disfrazó de solidaridad social. El lance definitivo fue certero
para que imperara la corrupción en todos los confines de la tierra.
Como
si fuera poco, quienes nacimos en la era del “no toque” vinimos a estrellarnos
con la moderna orgía del libertinaje digital incontenible. Los niños de ahora
exhiben su desnudez en la internet, movidos a ello por el ejemplo de mayores
que también lo hacen, y que promueven fornicar con parejas del mismo sexo; las imágenes
noticiosas de carácter científico se difunden a la par con la de una cópula
perruna, un atraco a mano armada, una cuchillada en el vientre, un disparo en
el occipital, un acto de felación en una
urna de cristal, o una inhalación de psicotrópicos.
Parece
que el vertiginoso progreso de la técnica incentivó el retroceso de la ética, y
hasta el lenguaje terminó retorcido porque los novísimos vocablos ya no
significan lo mismo que significaban antes.
En
los tiempos viejos se soplaba el pañuelo de los magos circenses para que volara
una paloma o brincara un conejo. En la vesánica
realidad contemporánea, ni paloma es paloma, ni conejo es conejo, porque ahora
soplar ya no es soplar.
Miguel
Antonio Velasco Cuevas
Popayán,
día de la ceniza, febrero 13 de 2013
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